Manuel Alejandro Martínez Jurado
Érase una vez un perro llamado Max, que era muy especial porque podía hablar. Vivía en una pequeña casa con su dueño, un niño llamado Lucas. Ellos dos eran mejores amigos y siempre jugaban juntos en el parque.
Un día, Max olfateó algo extraño. “¡Oye, Lucas! ¡Huele a aventura!”, ladró Max, moviendo su cola con emoción. Lucas sonrió y dijo: “¡Vamos a ver qué es!”.
Siguieron el olor hasta un bosque cercano. Mientras caminaban, encontraron una cueva oscura. “Lucas, creo que la aventura está ahí dentro”, resopló el perro, tratando de parecer valiente. Lucas encendió su linterna y dijo: “¡Vamos, Max! Juntos podemos con cualquier cosa”.
Entraron en la caverna y hallaron un mapa. “¡Es de verdad!”, exclamó Lucas. El papel tenía un camino dibujado con una “X” roja al final. “¡Tenemos que encontrar ese tesoro!”, dijo, Lucas emocionado.
Siguieron la ruta a través del bosque, cruzando ríos y escalando colinas. Después de mucho caminar, llegaron a un gran árbol con una marca señalada en el suelo. “¡Aquí está!”, gritó Lucas. Comenzaron a cavar y, después de un rato, encontraron un cofre antiguo.
Cuando lo abrieron, encontraron una gran cantidad de juguetes y dulces. “¡Esto es increíble!”, dijo Lucas con los ojos brillantes. Max, que estaba muy feliz, ladró y dijo: “¡Ahora podemos tener muchas más aventuras juntos!”.
Regresaron a casa con el cofre y lo guardaron en su habitación. Desde ese día, Lucas y Max se convirtieron en los mejores cazadores de tesoros del barrio, siempre buscando nuevas aventuras y disfrutando de su amistad.