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Nutri

Nutri

Godofredo Rojas

Todos lo llamábamos por su apodo, Nutri. No sé de dónde viene el sobrenombre ni qué significa. Nunca pregunté; tampoco estoy cien por ciento seguro, pero creo que Adrián era su nombre de pila.

Los niños de la colonia Pensil que nos juntábamos a jugar futbol rondábamos entonces entre once y doce años. Teníamos un equipo sólido, el once obligatorio y tres jugadores de campo de reserva.

Con sólido me refiero a un par de defensas centrales, el Tubo y el Carnicero, que repartían caña a diestra y siniestra, y daban miedo. Su fama de duros en exceso se había extendido por las colonias aledañas y con los equipos que jugaban en el centro deportivo del plan sexenal; así se llamaba, no era una consigna política.

Hablo también de Piolín que jugaba en el centro de la cancha y repartía juego como el Papa bendiciones; y del Pancho, el centro delantero; no era muy hábil, pero tenía la suerte de estar siempre en los rebotes del portero contrario y empujar el balón. Eso sí, tenía una pegada con la pierna derecha como patada de mula. Lo vi anotar goles de fuera del área, 20 o 30 metros, y el balón viajar como cohete que no lograba ver el portero contrario, para luego limitarse a la penosa tarea de ir a recoger la pelota de cuero en el fondo de su arco.

Nutri llegó a la colonia un poco después de haber terminado la primera temporada que competimos oficialmente en la liga y salimos campeones. Quería jugar con nosotros pero…, ahora cuarenta años después me avergüenza decirlo, nos burlábamos de él porque tenía un problema en la pierna izquierda que lo obligaba usar de esas muletas de fierro con agarraderas que trancan en los brazos; medias muletas, creo que así las denominaban. Además, era enclenque, pálido, casi transparente, con cara de niño permanentemente enfermo.

Era evidente su renqueo. Alguna extraña enfermedad, tal vez polio, quizá Guillan-Barré, hoy tengo esa idea, lo puso en esa condición. Lo cierto es que prácticamente tenía inutilizada esa pierna. Correr, ni pensarlo.

En esa época fuimos crueles con las burlas que le hacíamos, no lo dejamos jugar en el equipo de las estrellas nacientes; bueno, es un decir, porque yo jugaba de lateral derecho, en la defensa, y era bastante malo.

Nutri se limitaba a ir a los juegos y ponerse cerca de la línea que acota el campo y daba instrucciones como si fuera el entrenador. Por supuesto nadie le hacía caso. Hoy pienso, era la forma que tenía de pertenecer al equipo.

Fue un domingo, en el juego por el campeonato, un verano de sol implacable cayendo como cascada de lava sobre nosotros.

El partido era contra el equipo de la colonia Casa Amarilla, ahora no recuerdo el nombre y no lo quiero inventar. Nuestro portero, la Totita(apodado así por la Tota Carbajal), salió del arco, en busca de una pelota que volaba a unos dos o tres metros sobre nuestra cabeza, centrada al borde del área chica, y chocó brutal con un jugador del equipo contrario y con el tubo. La peor parte la sacó la Totita. Se abrió la cabeza, comenzó a sangrar escandalosamente y lo llevaron de inmediato a la enfermería. El juego se suspendió por unos minutos.

Hasta ese momento nos dimos cuenta de que no teníamos portero suplente.

—¿Y ahora qué hacemos?, ¿quién se pone?, ¿quién sabe parar? —preguntaba desesperado el entrenador mirándonos a todos, que nos habíamos acercado haciendo un círculo esperando sus instrucciones.

—Yo —dijo Nutri —ya he parado antes y lo puedo hacer sin muletas.

Todos nos volteamos a ver, no hubo ningún conato de risa. Sudando y con la respiración agitada, asentimos resignados.

—Entrenador, ponga a su portero suplente —conminó el árbitro para reanudar el juego.

—Vete a cambiar, en friega — fue la instrucción que recibió Nutri del entrenador.

Ese día nos dimos cuenta de que Nutri siempre estuvo listo para jugar. Se quitó los pantalones y traía el short y las calcetas abajo; se quitó una camisa y traía una playera. En una pequeña maleta de plástico, que cargaba siempre y nunca nos preguntamos qué contenía, llevaba un suéter amarillo de portero, unos guantes, unas rodilleras y los zapatos con tachones para jugar.

En un minuto lo vi renquear, apresurado, yendo a defender nuestra portería ante la mirada incrédula de propios y ajenos.

El juego se reanudó. El equipo de Casa Amarilla se nos vino encima, jugadas constantes en el área que Nutri resolvía, parando con las manos o barriéndose a los pies de los jugadores contrarios para robar el balón. Tiros desde fuera del área hacia el arco que Nutri recorría para atrapar el balón o tirarlo hacia afuera del campo, por el travesaño o hacia los laterales.

No dábamos crédito a lo que veíamos, el chico de pierna mala parecía normal, flotaba en el aire para detener todos los balones con amenaza de gol. Llegó un momento en que nos olvidamos de la portería porque sentimos una confianza que ni con la Totitase había dado.

Cambiamos el curso del juego y empezamos atacar. Una falta en los linderos del área grande nos otorgó un tiro libre. Pancho alistó su cañón derecho para cobrar, pero como anzuelo, porque fue Piolín que, con un chanfle inusitado, sacó un disparo hacia la esquina izquierda de la portería con un gol de bandera; “a donde las arañas tejen su nido”, dirían los clásicos.

Fue el único gol de partido, pero nos alcanzó para el triunfo en un juego complicado.  Un instante después del silbatazo final, todos corrieron a abrazar al entrenador y a celebrar, la euforia del segundo campeonato los invistió.

Vi a la distancia a Nutri doblegado, sosteniendo o sobándose la pierna izquierda, no recuerdo con exactitud, pero supuse tenía dolor. Me acerqué para ayudarlo y me sonrió, al tiempo me preguntaba:

—¿Cómo viste el juego?

—Como deben ser todas las finales, reñidas. Estuviste genial, te debemos una disculpa.

Lo vi desdibujarse, su cara tenía una palidez diferente a la que conocíamos, pensé que estaba deshidratado o le faltaba azúcar.

Lo sostuve entre mis brazos y lo conduje hacía la portería para buscar un soporte y sentarnos. Recargué mi espalda en el poste derecho mientras lo seguía conteniendo.

—Tengo frío, Gato —me dijo casi desmayado.

Froté su cuerpo con mis manos, traté de darle calor.

—Las paré todas, ¿verdad?

—Todas Nutri, descansa.

Así lo hizo entre mis brazos.

Publicado en Cuento,Godofredo Rojas

6 comentarios

  1. Sara Cardona

    Un cuento muy conmovedor, dibuja la crueldad, ya aprendida, en la infancia y la juventud, esa incapacidad de mirar al otro en su unicidad.
    Gracias!

  2. Rosalía

    Un cuento que relata la falta de empatía de que somos capaces, me gustó mucho que Nutri tuvo el final que muchos desearíamos. Excelentemente narrada la historia, felicidades.

  3. Moisés Gutiérrez

    Algunas veces creemos imposible lo posible, en lo personal me ha tocado jugar fútbol con gente que accidentalmente perdió una pierna o una mano, de hecho actualmente comparto cancha con uno de ellos y en verdad es muy bueno, incluso mejor que muchos de los demás del equipo. Las ganas y las ilusiones elevan nuestras capacidades, tal como lo demostró Nutri. Excelente historia.

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