¿Existe la magia?
Hoy me replanteo la pregunta con motivo del Día de Reyes. Y es que hay razones para acercarme a la respuesta, por esto que te voy a compartir:
Tuve la fortuna de ser uno de esos niños a los que Santa y los Reyes visitaban cada año a dejarle regalos, muchas veces resultados de mis peticiones plasmadas en la carta; otras, eran sorpresas que me deslumbraban. Sin embargo, ocurría un fenómeno que, con el tiempo, asimilé.
Santa Claus era muy desprendido y me dejaba varias cosas enormes bajo el árbol. Los Reyes, por lo general, me traían juguetes más pequeños; a veces, uno o dos. Aquello, honestamente, me desconcertaba. ¿Cómo es que siendo tres eran más limitados que Santa, quien siendo uno hacía gala de su generosidad?
Un día me trajeron un conejo azul de peluche y yo pensé que era una especie de reprimenda por haberme portado mal justo el día anterior. Más tarde comprendí que se trataba sólo de una cuestión logística. Santa se desvivía y los Reyes llegaban a casa ya muy gastados (you know what I mean).
Luego me volví adulto a base de golpes y desconciertos. Y me amargué un poco. Me convertí en un Grinch al que los villancicos podían sacarlo de quicio. ¿Por qué habría de dejar un zapato debajo del árbol si ya no creía en la magia?
Hoy tengo una hija de 2 años de edad y haber compartido su primer regalo de Santa fue maravilloso. Su cara de sorpresa no tiene precio, y hoy esperamos con alegría la llegada de los Reyes.
Ahora entiendo a mis papás en las razones que me daban para avivar esa ilusión año con año. Ellos, nuestros padres, fueron guardianes de una tradición que mantiene la magia en el corazón de la humanidad. Hoy, que somos padres nosotros, nos corresponde continuar con el legado. Y en un afán de responder a la pregunta de si existe la magia… ¡sí, existe en la sonrisa de mi hija! Y por ella, vale la pena creer.