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El viaje de Vanessa

Diana Fernanda Torres Díaz

Vanessa corría en el jardín de su casa, persiguiendo a una mariposa que encontró volando. De repente, tropezó con una roca y cayó al suelo, golpeando su cabeza. Después de eso todo se volvió oscuro.

Cuando abrió los ojos, se encontró en un lugar diferente, lleno de colores y olores. Pero había algo peculiar. A su alrededor vio unas pequeñas puertas donde albergaban sus más preciados recuerdos; sin embargo, cuando intentó entrar en algunas de ellas no pudo.

—¿Dónde estoy? —preguntó con la voz cortada por el miedo.

Entonces escuchó un rugido suave. Al girar hacia el ruido, sonrió.

—¡Dino!

Se trataba del dinosaurio de peluche que la acompañó en su infancia. Se alegró tanto de verlo, pues un día, desafortunadamente, lo había perdido en el centro comercial mientras paseaba. Vanessa se había culpado tanto por eso… Pero Dino ya no era el mismo. Ahora era grande e imponente, pero con sus manchas moradas tan características de él.

—¡Dino! —repitió Vanessa, abrazándolo fuerte.

—Hola, Vanessa —respondió Dino con voz grave—. Hace mucho que no te veía, ya te extrañaba.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Vanessa.

Dino la miró con ternura.

—Este es el sitio de tus recuerdos y yo estoy aquí para guiarte.

Vanessa lo miró confundida, pero lo siguió. Dino la condujo hacia el interior de sus recuerdos, ya que él tenía una llave mágica que abría todas las puertas. Cada uno proyectaba una memoria diferente. Pasando por las puertas, Vanessa miró a su mamá cantándole su canción favorita, que era sobre un pez que quería explorar el mundo.

—Recuerdo eso —dijo con una sonrisa en su cara.

—¿Y ese lo recuerdas? —Dino señaló hacia otra puerta.

—Claro que sí, cómo olvidarlo, ese fue el día en el que Sofía, que antes era mi enemiga, se convirtió en mi mejor amiga.

—¿Lo ves? Cada uno de nuestros recuerdos nos enseñan algo —dijo Dino; Vanessa reflexionaba.

Mientras avanzaban, otro recuerdo apareció. Era Vanessa llorando desconsoladamente por la pérdida de Dino, mientras sus papás trataban de reconfortarla.

—Ese es uno de mis recuerdos más amargos —dijo Vanessa con tristeza.

—Nunca me fui ni me voy a ir —respondió Dino sonriendo.

De la nada, una figura conocida apareció ante Vanessa. Era su abuela, la misma que le enseñó a cocinar con tanto amor.

—¡Abuelita! —corrió hacia ella, con lágrimas en los ojos.

—¡Hola, mi niña hermosa! ¿Cómo estás? – preguntó su abuela con cariño.

—Bien, aunque me haces mucha falta —respondió Vanessa.

—Mi niña, antes de que te vayas, necesito recordarte algo muy importante: a pesar de que tú no me veas, yo siempre estoy contigo y espero que no olvides cuánto te ama tu abuela.

De repente, la figura de su abuelita y Dino comenzaron a desvanecerse lentamente.

—¡Todavía no me quiero ir! —exclamó Vanessa.

—Ya es tiempo de que despiertes, hijita, pero recuerda que siempre estaremos en tu corazón —respondió su abuela con tranquilidad.

Vanessa abrió los ojos de golpe y se encontró en el sillón de la sala. Frente a ella, estaba su mamá.

—¿Estás bien, cariño? – preguntó preocupada.

Vanessa asintió débilmente a su lado. Giró hacia un mueble y vio una foto en donde estaba ella con su abuela y Dino. Se levantó y abrazó ese retrato.

Esa noche, cuando pensaba que todo había terminado, en la esquina de su closet vio una puerta con el recuerdo de su ensoñación. Ahí supo que su aventura todavía no llegaba a su fin.

Centro Escolar Akela
Publicado en Cuento,Diana Fernanda Torres Díaz

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