Todas las mañanas camino al trabajo. Son 25 minutos a paso lento y tengo que atravesar una de las calles más transitadas y conflictivas del municipio, donde está ubicada la Cruz Roja; los habitantes de Atizapán de Zaragoza sabrán de qué vialidad estoy hablando.
Casi en frente de este centro de servicio, en un árbol maltrecho y descuidado, aparece una ardilla curiosa que trepa de arriba y abajo, como si estuviera motivada por el caos de los autos yendo de un lado para el otro. “¿Cómo llegó ahí?”, me asalta la interrogante. Y quizá no soy el único que se lo pregunta. Ya me ha tocado ver que algunas personas se detienen sorprendidas por el animalito. Sonríen y miran hacia arriba, buscándola mientras la pequeña se escabulle.
A mí me sorprendió hace unos días, casi a la altura del rostro. Crucé junto al árbol y ahí estaba, como jugando a las escondidillas. Me sentí descubierto y me reí, no lo pude evitar.
Y creo que lo fascinante es que en un lugar tan conflictivo como es el centro de Atizapán en horas pico… en todo el día, la verdad, algo tan pequeño nos robe un instante de descanso y nos recuerde que, no importa qué tan deforme crezca la urbe, la vida siempre se abre camino. Y es algo tan natural que nos sorprende. Si es posible que un animalito nos cause tal efecto, cosas buenas pueden suceder.