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La cantante y el escritor

La cantante y el escritor

Godofredo Rojas

—¿En dónde cantas hoy? —pregunta Mariano con voz suave, sugestiva, tratando de seducir desde el principio de la conversación telefónica.

—¿Por qué me preguntas?, si lo sabes bien. Además, te mandé la publicidad del evento por mensaje de texto.

—¿De verdad? Bueno, es mi pretexto perfecto para llamarte. Puedo argumentar que no vi el mensaje o que me quedé sin pila y tuve que llamarte desde el teléfono fijo de la oficina. Solo pretendo conocer dos cosas; primero, cómo estás, y segundo, saber dónde cantas hoy.

Laura sonríe y en voz alta repite de memoria la publicidad: “Restaurante La Adelita, presentación estelar de Laura Angélica Lara”.

—La dirección no te la digo porque la sabes de memoria, ¿cierto? Has estado ahí creo que todas las veces que me he presentado.

—En realidad, he ido a todos los lugares en los que has cantado al menos una vez. Hubiera querido estar siempre, pero a veces el tiempo no lo permite. Por mí, no te dejaría en ningún momento. Así lo he hecho en los pasados siete años. Siempre ahí, atento.

—Sé que lo has dicho otras veces y quizá deberías escribirme algo, eres escritor, ¿no?, al menos eso me has contado. Me gusta que me repitas la razón del misticismo que tienes por seguirme a dónde quiera que vaya.

—A donde quiera que me quieran, voy… A donde quiera… Y con cualquiera que me quiera, voy… Y con cualquiera… Con la primera que me tomé de la mano y prometa no insistir en mis pecados —Mariano canta un párrafo de la canción “A donde quiera”, que hiciera famosa Marco Antonio Muñiz.

—Tú sí sabes cómo hablarle a una cantante —Laura ríe sonora—. ¿Y tienes muchos pecados?

—Sólo el que tú sabes, y tú eres la causante.

—¿Yo?

—Sí, lo sabes.

—Acepto, pero cambiemos de carril la conversación, porque ya sé lo que viene y no puedo ahora, no es el momento —Laura ataja el viraje que había dado Mariano.

—Está bien, ¿entonces nos vemos a las ocho?

—Ahí te veo, si quieres manda por mensaje tu playlist de las canciones que quieres que te cante esta noche.

—Eso ya lo sabes al tacto, digamos. Son las cuatro o cinco que tienen una historia contigo.

—De acuerdo, te dejo porque ahorita estoy en rol de mamá y esposa, hijos, casa, comida; tú sabes lo complicado que es la gerencia y administración de una casa.

—Entiendo, me cierras al paso la conversación, nos vemos más tarde, te mando besos.

—Igual, más un abrazo, nos vemos.

Mariano, como siempre que termina de hablar con Laura, se queda con el pensamiento circulando, hasta que un flashback lo lleva en caída libre al momento en que entró al bar del restaurante Prime and Wine, donde había acordado reunirse a cenar con sus tres mejores amigos para festejar su cumpleaños treinta y tres.

Al entrar, había escuchado desde la zona del bar la voz de la mujer que lo cautivó desde entonces cantar “Por cobardía”, que interpretó Lila Deneken y que demandaba un tono de voz alto y sostenido. Fue literalmente escuchar el canto de la sirena. Saludó a sus amigos de mano y siguió de largo hasta el bar. El hechizo se había consumado.

Un vestido rojo entallado y corto dibujaba una silueta estilizada y un par de piernas delgadas y largas, firmes como pilares de Partenón. Un rostro nácar iluminado por ojos cafés frescos y un abundante pelo chino completaban el embrujo de la fotografía.

Había unas quince o veinte mesas desplegadas en un espacio semioscuro, alcanzado solamente por las luces del pequeño escenario donde se movía la cantante, acompañada por un tecladista al que nadie hacía caso. Mariano tomó asiento y terminó de escuchar la canción. De pie, aplaudió. Alzó la mirada y la depositó con precisión de rayo láser en los ojos de la cantante. Se acercó para darle un breve abrazo.

—Soy Mariano.

—Yo, Laura —dijo ella, al tiempo que se tocaba con la palma de la mano el pecho y le dejaba un beso común en la mejilla.

—Estoy con unos amigos festejando mi cumpleaños en una mesa del área de restaurante, ¿quieres venir a tomar una copa?

—¡Felicidades! —otro breve abrazo se cruza en el diálogo—, claro que sí, en el siguiente descanso te busco en tu mesa.

—Te esperamos.

Mariano se quedó con la sensación, con el dejo de que no iría por la copa que le había ofrecido; tal vez solamente aceptó para salir del paso, para evitar el asedio de un extraño.

Después de veinte minutos, conversando con sus amigos y bebiendo vino tinto, Mariano escuchó a la cantante comenzar su siguiente turno. Lo hizo en inglés con “Can´t take my eyes of you”.

La cena con los amigos transitó con la música de fondo proveniente del otro lado del mundo. De tiempo en tiempo, Mariano alzaba la vista para mirar los movimientos cadenciosos, rítmicos, sensuales de Laura en el pequeño escenario. Después de poco más de una hora, Laura se despidió de su público, que aplaudía y pedía una canción más, como se estila cuando el cantante gusta y quieren prolongar el final.

Por un momento, Mariano la perdió de vista, había desaparecido discreta. Unos minutos después apareció como materializada por David Coppefield, todavía enfundada en el vestido rojo.

—Ya estoy aquí para esa copa.

Todos se pararon impulsados por el mismo resorte y saludaron como siguiendo una coreografía. Mariano, nervioso, la invitó a sentarse jalando la silla.

Laura bebió dos tequilas en un lapso de un poco menos de dos horas. La conversación fluyó entre las risas, los tragos y la cena. Al despedirse, intercambiaron números de celular y Mariano prometió seguirla a donde ella fuera a cantar.

Y así lo había hecho por espacio de siete años. Seguía cautivado por esa voz. Enganchado por las canciones que pedía y era complacido, pertrechado siempre en la mesa más cercana al escenario. A veces la escuchaba decir su nombre: “Vamos con una petición de Mariano”, le hacía un guiño y le disparaba una sonrisa para provocar desmayo.

En el coche, camino al restaurante, Mariano hace una llamada urgente a casa.

—Mi vida, ¿cómo estás?

—Hola, papá, mami no ha llegado de trabajar, me dijo que llegaba tarde —la voz inocente de Abril, su hija de cuatro años, le provocó hilaridad.

—Lo sé, mi niña, sólo quiero preguntar si todo está bien. ¿Dónde está la abuela?

—Aquí, ¿te la paso? Adiós, papá.

—¿Cómo estás, hijo?

—Hola ma. Te encargo a Abril. ¿Puedes darle de cenar y acostarla? Duérmete con ella si quieres y mañana temprano, después del desayuno, te llevo a tú casa.

—Está bien, no te preocupes, sabes que la cuido con todo mi amor.

—Sí, lo sé. ¿Me comunicas de nuevo con ella?

—Hola —ríe sin motivo.

—Haz caso a la abuela, duérmete temprano.

—Pero cuando llegue mami o tú, ¿me pueden dar un beso?

—Sí, paso y te doy un beso y las bendiciones.

Mariano llega al restaurante. Laura está en el centro del escenario, en una pausa, y lo observa entrar; contiene una sonrisa y selecciona en su tablet la música para cantar “Que nadie sepa mi sufrir”, esa canción que con los años tomó ritmo de cumbia, pero que originalmente fue un tango. Sabe que esa melodía le trae a Mariano recuerdos fundamentales de su niñez.

Le había contado esa historia de su abuelito, pescador de toda la vida, nacido en La Ventosa, una playa a seis kilómetros de Salina Cruz, Oaxaca. De viejo, acosado por las enfermedades, venía de visita a Ciudad de México y a sus tratamientos médicos. Para ganarse su dinero y no olvidar sus raíces ni lo que había sido su vida, tejía redes para pescadores y luego las vendía.

Con esa canción Mariano, con cinco años, recordaba que su abuelo le pedía que se sentara junto a él para hacerle compañía en una de las recámaras de su casa. Fumaba cigarros delicados sin filtro y tejía sus redes, al tiempo que cantaba sus mejores tangos. Mariano siempre recordaría esas escenas de los últimos días de su abuelo y la asociación irrompible con la canción que ahora escucha.

Mariano toma la mesa reservada para él, pegada al escenario, frente a ella, cerca de ella. Desde ahí puede ver ese movimiento sinuoso que acompaña a sus canciones. Puede oler su perfume artificial y el natural de mujer. Puede respirar los recuerdos desde que empezó siendo la cantante y luego Laura y luego su inagotable motivación.

Laura termina su turno, hace una reverencia para agradecer a su público, que la aplaude, chifla y le envía piropos todos relacionados con su belleza. Ella agradece en silencio, baja del escenario y va directo a la mesa de Mariano, quien se levanta para recibirla con un abrazo prolongado y la besa en la mejilla, muy cerca de la boca. Los aplausos van disminuyendo en intensidad y decibeles, se percibe que hay algo especial, una conexión importante entre la cantante y el tipo que ahora la sostiene de la mano y la besa en la boca apenas al toque. Abre la silla, como la primera vez, para que se siente a su lado.

—¿Cómo vas? ¿Te falta mucho? Abril preguntó por ti.

—Ahora la llamo, sólo me falta una entrada.

Publicado en Cuento,Godofredo Rojas

2 comentarios

  1. Karla

    Me encanto ! Es fácil imaginar cada párrafo por todos los detalles que da el escritor y eso lo hace mágico ,
    Es un honor poder se parte de esta linda historia , esperamos la segunda parte para disfrutar este tipo de lectura que en lo personal me encantan .

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